LITERATURA

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MI PADRE Y SU ÍDOLO

Conchi Carnago Cuaresma
2007
 

Yo no llegué a conocer a Manolete, pues nací al año siguiente al de su muerte, pero que importancia puede tener esto cuando mi padre hablaba continuamente de él. Todos sabemos que tuvo muchos admiradores, pero tan incondicionales como mi padre, posiblemente muy pocos. Es curioso como sin conocer a una persona, esta pueda llegar a formar parte de nuestra historia, de nuestros recuerdos, como es mi caso.

José Carnago Rodríguez, mi padre, nació en mil novecientos cinco. Desde muy joven fue un gran aficionado al arte del toreo, junto a su hermano Rafael Carnago que fue picador, detal manera que raro era el día que no saliera a relucir el tema de los toros en mi casa. 

Mis hermanos y yo, desde pequeños, escuchábamos a un padre hablar de toros y toreros, nos contaba anécdotas y nos enseñaba fotografías, algunas muy curiosas, como la de un chavalillo gateando por la fachada de la plaza de toros de Las Ventas, para colarse. Y muchas más, pues mi padre se entretenía en sus ratos libres –que ciertamente eran muy pocos-, en recortar las mejores fotografías de toros y toreros, incluso algún que otro artículo que le llamara especialmente la atención. Con ellas hacía él su composición, las iba enmarcando y decoraba con de esta forma las viejas paredes de una galería, o especie de porche, que había al final del patio principal de mi casa. EL resultado era una galería museo que llamaba la atención de todos los visitantes, por su gran contenido en documentación de los mencionados temas taurinos.

No pocas veces escuché a mi padre contar la truculenta y dramática cogida y muerte de Manuel Granero. Cuestión que yo escuchaba con la boca abierta, y el vello de punta, pero a la vez expectante. Granero –decía- vestía de negro y oro. El toro se llamaba Pocapena, y estando torero y toro cercanos a las tablas, el toro se arrancó lanzando al torero por los aires, revolcándolo varias veces, hasta que le alcanzó el cráneo al penetrarle el pitón por un el ojo derecho. Murió el día de S. Agustín. Mi padre decía que fue la cornada más impresionante de toda la historia del toreo. Y creo que al día de hoy sigue siéndolo. La verdad es que aquello me parecía espeluznante y de lo más desagradable. Parece que estoy oyendo a mi madre diciéndole a mi padre –No le cuentes esas cosas a la niña que va a tener pesadillas. Pero yo siempre le decía –Sigue papa, sigue.

Eran habituales las tertulias en los patios de mi casa, pues no hay nada más agradable en las noches de verano que un patio y una buena tertulia, aromatizada de la fragancia del jazmín y la dama de noche. El tema del toreo era de los más comunes, además de otros. Nombres como Joselito, Belmonte, Arruza, Martorell, el Litri, y tantos más. Lances como verónicas, derechazos, molinetes, y un largo etc. Todos esos nombres quedaban grabados en mi memoria.

Como todo el que destaca en algo, Manolete también tenía sus detractores. Todos sabemos que el pecado nacional es la envidia, luego la polémica estaba servida. Según mi padre, la primera pareja que crearon polémica fueron Joselito y Belmonte, buenísimos ambos, pero tuvieron la virtud de dividir a la afición y darle un nuevo aliciente a la fiesta. Por cierto, mi padre era de Joselito. Cuando murió Joselito corría un rumor, una frase que se la atribuían a Belmonte y a Ignacio Sánchez Mejías, pues al parecer los dos estaban de acuerdo, y que corrió como la pólvora. “Ahora está más vivo que antes”. Creo que querían decir con esto, que todo artista que muere a una edad temprana, en cualquier rama del arte, el público lo hace suyo, lo venera, lo idealiza, de tal forma que su recuerdo perdura más en el tiempo.

No puedo enumerar las veces que escuché discutir a mi padre, defendiendo a Manolete de cualquier agresión que, según él, considerara difamatoria. Para mi padre era poco menos que un dios, hasta le cambiaba la cara cuando hablaba de él, y lo hacía con tal pasión, sólo comparable a un padre orgulloso de su hijo. El jamás le veía defectos. Las mejores calificaciones que se pudiesen decir a un torero salían de la boca de mi padre. Manolete, el más grande, tan elegante, tan sereno –Tan serio. Le decía yo bromeando. Jamás le veían nervioso, daba una lección de autodominio que convertía en belleza cada uno de sus lances. Todo ello unido a su certeza con el estoque, hacía que para muchos como mi padre fuera el “Monstruo” Sinceramente creo que rayaba el fanatismo, algo que realmente yo aborrezco, pues creo que el fanático se ciega y no es ecuánime. Pero por otra parte, pienso que la persona que disfruta de su idolatría y no le hace daño a nadie, puede perfectamente ser un “fanático” comprensible. Se dice de esa época que las corridas de toros eran el opio del pueblo, y el de ahora, sin lugar a dudas es el fútbol.

Mi padre era un hombre muy sensible –yo creo haber salido a él-, era de lágrima fácil, lo vi muchas veces emocionarse, siempre decía que se le había metido un pizco en el ojo. Cuando nos describía la tarde de su muerte lo hacía con todo detalle. Sabíamos que Manolete vestía de rosa pálido y oro. Que el quinto toro de la tarde se llamaba Islero y fue el que lo mató. Cuando llegaba a ese punto ya estaba haciendo pucheros. También sabíamos el nombre de su apoderado, se llamaba Camará y lo acompañaba a todas partes. Su madre, Doña Angustias. Su novia mexicana y guapísima llamada Lupe. Nos llevaba de pase por el barrio de Santa Marina para enseñarnos donde nació y se crió Manolete, en una casa de vecinos como nosotros, de familia humilde, pero él tenía una elegancia natural y era la discreción personificada. Todo ello según mi madre lógicamente.

Los gobernantes de la época usaban el nombre de Manolete como estandarte, con orgullo nacionalista, sin que Manolete tuviera nada que ver, ni hubiese hecho nada significativo para que se le pudiese catalogar como de derechas. Si bien es cierto que tampoco lo negaba, pero… estaban los tiempos como para señalarse.

Había que oír a mi padre. -¿Cómo iba a ser de derechas un muchacho de familia humilde, que se ha criado en la precariedad? A mi me gustaba escuchar las historias de los mayores, además de las de mi padre, y ellos tenían en mí a una alumna disciplinada y atenta, a la vez que preguntona.

En fin, podría seguir escribiendo mucho más, sobre mi padre y su ídolo. Sólo siento que no llegara a conocer mi faceta de pintora tardía, ya que como homenaje a él, pinté dos retratos de Manolete –uno está en la Casa de Andalucía de Zaragoza, presidiendo el salón, y otro en el museo de Paco Laguna de Villa del Río- y estoy segura que le hubiera hecho muy feliz.

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